La búsqueda de la verdad como fuerza liberadora, como soporto ético imprescindible para sobrellevar el transcurso de una vida, está en el centro de esta novela magistral, que tras permanecer en el olvido durante más de cincuenta años fue rescatada por la prestigiosa editorial italiana Adelphi y se colocó rápidamente en el primer puesto de las listas de libros más vendidos en Italia. La tremenda exactitud de su prosa, apenas atemperada con un barniz de refinada melancolía, unida a la vigencia de sus propuestas morales, sitúa a Sándor Márai entre los grandes escritores europeos de este siglo.
Un pequeño castillo de caza en Hungría, al pie de los Cárpatos, donde alguna vez se celebraron elegantes veladas y cuyos salones decorados al estilo francés se llenaban de la música de Chopin, ha cambiado radicalmente de aspecto. El esplendor de antaño ya no existe, todo anuncia el final de una época. Dos hombres mayores, que de jóvenes habían sido amigos inseparables, se citan a cenar tras cuarenta años sin verse.
Un ha pasado mucho tiempo en Extremo Oriente, el otro, en cambio, ha permanecido en su propiedad. Pero ambos han vivido a la espera de este momento, pues entre ellos se interpone un secreto de una fuerza singular. Todo converge en un duelo sin armas, aunque tal vez mucho más cruel, cuyo punto en común es el recuerdo imborrable de una mujer.
La tensión aumenta, línea tras línea, hasta que se hace casi insoportable, pero la prosa continúa, implacable, precisa, fiel reflejo del empeño de los protagonistas por hurgar hasta en lo más recóndito de sus almas, allí donde se encuentran esas verdades cuyo descubrimiento provoca, al mismo tiempo, un insoslayable dolor y un incontenible impulso vital.
Henrik (también llamado el general) y Konrad se conocieron de chavales en la escuela militar y desde entonces se hicieron uña y carne. Pero hay que recalcar que no venían del mismo ambiente familiar (en cuestión de dinero) y eso a la larga, acabará afectando a su relación.
Mientras crecieron fueron inseparables. E incluso después de licenciarse en la escuela militar siguieron siendo amigos, a pesar de que sus formas de ser eran totalmente opuestas. Y cuando el general se casó, Konrad no dejó de pasar tiempo en casa del general (como solía).
Todo iba bien hasta que un día, mientras estos dos amigos estaban de cacería pasó algo (pongo algo porque no voy a spoilear toda la trama) tras lo cual Konrad huyó al trópico, y el general se quedó en su casa, auto-aislándose de todo el mundo. Años más tarde (muchos años mas tarde), se reencontrarán durante una cena para aclarar todo lo que sucedió entonces y en cómo afectó eso a sus vidas.
Ésa conversación es de lo que trata el libro. Creo que he sido capaz de terminarlo por mi espíritu cotilla, pero he estado tentada de dejar el libro de lado. Vale, admito que el escritor escribe muy bien, describe rematadamente bien, pero parece ser que en su día no le enseñaron a hacer párrafos. Esto puede parecer una exageración por mí parte, pero lo peor es que NO ESTOY DE BROMA. Hay párrafos en los que el general se explaya a lo largo de 4 hojas!!
Las reflexiones del general son interesantes, pero me niego a pensar que alguien pone su vida en standby para odiar a alguien de tal manera. Echo en falta un espíritu más luchador. Creo que es eso mismo lo que me recuerda al protagonista de “El Extranjero” de Camus.
Según terminé el libro no tenía claro si recomendarlo o no. Pero ahora, un tiempo después creo que sí lo haría. A mi parecer, sólo por los diálogos del coronel ya merece la pena. Un personaje que ha dedicado la mayor parte de su vida a pensar sobre sus errores o en su forma de ser debe ser capaz de decir alguna cosa que nos haga recapacitar sobre nosotros mismos. Así que si tenéis tiempo y queréis algo filosófico o que os haga pensar, adelante, pero os advierto que no es una lectura ligera.
FRASES:
Lo que de verdad es importante no lo olvidas nunca. De esto me di cuenta más tarde, cuando empecé a envejecer. Claro, todo lo secundario, todo lo accesorio desaparece, porque lo echas por la borda, como los malos sueños.
La memoria lo pasa todo por su tamiz mágico. Resulta que después de diez o veinte años te das cuenta de que algunos acontecimientos, por más importantes que hayan parecido, no te han cambiado absolutamente en nada.
Y yo te he estado esperando, porque no he podido hacer otra cosa. Los dos sabíamos que nos volveríamos a ver, y que con ello se acabaría todo. Se acabaría nuestra vida de contenido y de tensión. Porque los secretos como el que se interpone entre nosotros tienen una fuerza peculiar. Queman los tejidos de la vida, como unos rayos maléficos, pero también confieren una tensión, cierto calor a la vida. Te obligan a seguir viviendo… Mientras uno tenga algo que hacer en esta tierra, se mantiene con vida.
Pero en el fondo de tu alma habitaba una emoción convulsa, un deseo constante, el deseo de ser diferente de lo que eras. Es la mayor tragedia con que el destino puede castigar a una persona. El deseo de ser diferentes de quienes somos: no puede latir otro deseo más doloroso en el corazón humano. Porque la vida no se puede soportar de otra manera que sabiendo que nos conformamos con lo que significamos para nosotros mismos y para el mundo. Tenemos que conformarnos con lo que somos, y ser conscientes de que a cambio de esta sabiduría no recibiremos ningún galardón de la vida. Tenemos que soportarlo, éste es el único secreto. Tenemos que soportar nuestro carácter y nuestro temperamento, ya que sus fallos, egoísmos y ansias no los podrán cambiar ni nuestras experiencias ni nuestra comprensión. Tenemos que soportar que nuestros deseos no siempre tengan repercusión en el mundo. Tenemos que soportar que las personas que amamos no siempre nos amen, o que no nos amen como nos gustaría. Tenemos que soportar las traiciones y las infidelidades, y lo más difícil de todo: que una persona en concreto sea superior a nosotros, por sus cualidades morales o intelectuales.
Quiero decir que la gente acaba aprendiendo la verdad, adquiere experiencias, pero todo ello no sirve de nada, puesto que nadie puede cambiar de carácter. Quizás no se pueda hacer anda más que esto en la vida: adaptar a la realidad, con inteligencia y con atención, esa otra realidad irrevocable, el carácter personal. Esto es lo único que podemos hacer. Y sin embargo, así tampoco seremos más sabios, ni estaremos más resguardados frente a las adversidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario